Aquel agosto fue cálido. Los vientos no soplaron y cuando estaba comenzándola noche, Medellín se veía encerrado en una burbuja de humo que escasamente permitía percibir las luces de los edificios más altos. En cambio en La Estrella, desde donde se domina parte del valle, la temperatura era ideal y a esa hora, seis de la tarde, en las calles empinadas del pueblo se escuchaba con mayor claridad la radiola de una cantina no lejos de la plaza: Las Hermanitas Calle, "Sino me queréis / te corto la cara / con una cuchilla / desas de ajeitaaaaar...";Olimpo Cárdenas; Alci Acosta; Andrés Falgás, "Lágrimas de Amor", "La Copa Rota", "Caricias Perdidas"; Oscar Agudelo, "Desde que te marchastes..."Carlos Mario de los Ríos —así se llamaba el muchacho a través del cual fue posible retomar la cuerda para buscar a Rubén Darío— llegó una hora tarde a la cita, porque, me dijo: "Apenas acaba de llegar el hombre a su casa. Que sí habla, pero sin dar detalles. No es un sapo”. El hombre apareció en la cantina diez minutos más tarde. Lo llamaban "El Cónsul de los Estados Unidos" y aceptó la entrevista sólo por curiosidad. "Quería saber en qué andaba usted. No más que eso, ¿me entiende?... Ahora, ¿quién le dijo que yo mando gente por El Hueco?". —Fulano de tal. —¿Lo puedo llamar para ver si es cierto?, dijo con alguna intriga y le respondí que sí. Salió y regresó un cuarto de hora después con un gesto de confianza, "se bogó" un par de aguardientes y luego nos embarcamos en su auto, un Chevrolet 63 en perfecto estado. ("Si me propone negocio no le vendo esta latica por ningún precio. ¿Oiga? Es una belleza. Póngale cuidado al sonido del motor...").Descendimos buscando las calles de Medellín y sin que se lo preguntara, comenzó a hablar del negocio. Ese año había tenido problemas porque "se le quemó" una ruta. La ruta más rentable para enviar gente sin documentos a los Estados Unidos. La que dejaba más pesos. —Es que era una galleta, ¿oiga? Mire hombre: esa ruta duró nueve años sin que nos diera un solo dolor de cabeza... Claro que las cosas no duran toda la vida, ¿cierto? Pero también es verdad que mientras Dios y María Santísima le den a uno la salud y la cabeza, Ave María... Es mucho lo que se puede hacer en el país para ayudarle a esta gente tan jodida y tan pobre, ¿cierto? Hombre, la rutica funcionó y muy bien para que sepa, por allá desde el setenta y seis que empezó a llegar gente con platica, muchachos ya medio organizaditos que querían irse pa'rriba a buscarle el lado a la vida. Nosotros ya trabajábamos con México pero esto era mejor, era algo así. Póngale cuidado: súbase al avión de Miami sin hacer emigración ni tanta carajada que piden aquí para salir del país, porque eso ya está arreglado. Haga su vuelo tranquilo, si quiere tómese un traguito, duerma, lo que quiera. Eso sí. No lleve ninguna clase de equipaje y, en cuanto pueda, aligérese de ropa porque al llegar allá la va a perder. Cuando aterrice esté atento a la señal de alguien de la tripulación que le va a enseñar uno de los baños, ¿me entiende? Un baño especial... Y ya en el momento en que los pasajeros empiecen a salir, usted se mete en ese baño, se quita la ropa y se pone un uniforme de aseador de aviones que encuentra allí. Busque entre uno de los bolsillos y ahí encontrará un distintivo con su foto. (La foto se la tomábamos veinte días, un mes antes, cuando el paciente pagaba parte del cuento). Ese distintivo se lo coloca y sale caminando normal y corriente, tranquilo, sin llamar la atención. Por ahí en algún momento le pasan un balde, una escoba, un trapero, algo para que trabaje, lo agarra, limpia cualquier cosa y luego se va. Sale detrás de alguien que le va a señalar la puerta de servicio y llega a los Estados Unidos... —Hombre, teníamos unas conexiones en ese aeropuerto... Dije teníamos porque se nos cayeron varios "trabajadores", ¿me entiende?... Bueno, ¿pues sabe cuánto valía ese paseíto? Cinco mil dólares y de ahí había que repartir, hombre...Unos tres mil o tres mil quinientos, según las personas que estuvieran recibiendo allá. Pero de todas maneras era muy bueno, porque aquí la gente se enloquecía por un cupo. Eso era día y noche buscándolo a uno y ofreciéndole esta vida y la otra con tal de que los embarcara, ¿oiga? Cuando pude hablar le conté parte de la historia de Rubén Darío y antes de que terminara volvió al ataque explicando que si se habían presentado problemas "con ese pasajero", yo podía estar seguro de que su organización no había sido la que lo mandó, "porque, hombre, en once años no nos ha fallado uno solo. Además, ¿cómo se va él a buscar las conexiones en México?, ese es un error... Aunque también es cierto que la gente por ahorrarse unos pesitos comete pendejadas o busca aquí a cualquier charlatán que le dice que maneja bien esas rutas”. Buscamos un sitio dónde dejar el auto y subimos hasta Maracaibo donde tenía una pequeña oficina llena de papeles desordenados, un escritorio y un par de sillas
—¿Cómo me dijo que se llamaba el muchacho? —Rubén Darío Restrepo Álvarez. —Restrepo, Restrepo, (hombre, en esta ciudad todos son Restrepo). No, no lo encuentro, pero hagamos una cosa: Véngase la semana entrante y yo le ayudo. Ah. Y cuéntele a aquél que le estoy colaborando como me lo pidió. Me interesa que se lo diga. Regresé a Bogotá. Una vez más estaba en ceros. Sin embargo la historia de Rubén Darío parecía cada vez más apasionante porque se había convertido, más allá de toda consideración, en el reto de llegar hasta el final. En el DAS habían estado atentos a su llegada, pero diariamente la doctora Diva me informaba que entre los deportados de cada tarde no figuraba nadie con el nombre y la descripción que le dejé por escrito. El lunes siguiente volví a Medellín. No estaba "El Cónsul" pero le dio instrucciones a su secretario para que me conectara con una serie de personas a través de las cuales podría sondear un poco más, mientras él regresaba a la ciudad. Al final resultó que la mayoría eran jóvenes que estuvieron en El Hueco y, por algún motivo, habían fracasado en su intento por pasar a los Estados Unidos, pagando un precio más alto porque fueron apresados y apaleados por la policía mexicana antes de regresar a Colombia. Sin embargo, todos esperaban regresar una vez consiguieran el dinero para comprar, ahora sí, "una ruta seria como las de El Cónsul”. Desde luego, el primero de la lista era el mismo Carlos Mario de los Ríos, aquel joven que me lo presentó nueve días atrás en el bar de La Estrella. De los Ríos es un muchacho silencioso de 24 años que indefectiblemente muestra el sello de bondad y esa mezcla de valor y desesperanza que parece un común denominador en prácticamente todos los emigrantes que he podido conocer. Estudiante de cuarto de bachillerato, su padre paralítico, trece hermanos, "y muchas ganas de ser alguien en la vida". Pero, ¿cómo? Aquí no hay cómo. Usted se va para el colegio pero entonces no tiene cómo comprar un desayuno, ni con qué comprar un libro. No hay para zapatos. Entonces, ¿qué hago? ¿Atracar? ¿Bajarle la cartera a alguien? Yo no nací para eso. Yo nací para aprender a hacer algo, me gusta estudiar. Total que me salí del colegio y dije, le entro a lo que sea. Hay que comenzar por algo: construcción, de mensajero, de repartidor. No conozco la pereza. Pero uno se angustia de andar las calles de esta ciudad buscando a alguien que le diga: 'Le doy trabajo', y no encontrarlo, ¿me entiende? Entonces uno se va angustiando y un buen día se endeuda y compra un pasaje a México... Y a ver cómo es la mano para meterse a los Estados Unidos. ¿Que si lo pescan en México lo tratan mal? Pues uno lo sabe porque se lo cuentan, pero de todas maneras uno va con la ilusión porque la mayoría logra coronar. Es que son muy pocos los que caen. De todas maneras hay que arriesgar. Yo arriesgué y me fui."Bueno, pues uno llega allá y desde cuando se baja en el aeropuerto, comienza la aventura: —Colombianos a este lado, los de otras nacionalidades, sigan."Presenté mis papeles en regla, visa de treinta días expedida por el consulado en Bogotá y luego a la aduana. Allí me llamaron unos federales y cuando fui me encerraron en un cuarto y empezaron a insultarme y a preguntarme por la coca. —Colombiano cabrón, ¿tú que vienes a hacer aquí? Mira no más la pinta de este muerto de hambre... Igual a todos los colombianos que vienen a México."Y después de eso, el primer anuncio: o les daba dinero o me encerraban. Para comenzar debía mostrarles cuanto llevaba. Les dije que no lo hacía (tenía miedo de que me lo quitaran) y entonces me desnudaron, sacaron los billetes y los contaron: mil dólares, unos ochocientos para pagarle al patero que me pasara al otro lado y el resto para poder llegar hasta Nueva York. Cuando supieron lo que querían saber, me dijeron que escogiera: les daba cien dólares o me deportaban, o me sindicaban como traficante de droga. Les dije que hicieran lo que ellos creyeran conveniente y después de hablar entre ellos, se quedaron con mi dinero y sólo me dieron veinte dólares y una patada en el trasero. 'Y piérdete, lárgate colombiano muerto de hambre o te mueres'."Fui a un hotel, llamé a Colombia pagando allá para decirle a mis padres lo que me sucedía y que iba a continuar, siempre y cuando me consiguieran alguna platica prestada que yo la pagaba una vez estuviera trabajando en los Estados Unidos. Al día siguiente me despertaron tres hombres armados: 'Policía Judicial Federal, quieto güey'. Fuimos nuevamente al aeropuerto y en una habitación, me desnudaron y empezaron a azotarme sin descanso."A los cuatro días con ese régimen salí para otro sitio lleno de federales y a medida que iba pasando frente a cada uno de ellos, iban dándome una patada o un golpe en la cabeza y soltaban la risa. Así llegamos a una oficina y sobre una mesa vi varios paquetes con coca. Me volvieron a desnudar y otra vez los golpes. —¿Vas a negar que esta coca es tuya?, dijeron. —No, no es mía. —Pues te vas a morir, cabrón. Di que es tuya para no desaparecerte, me aconsejó uno y yo le dije que no me perjudicara, Entonces siguieron pegándome hasta que ya no pude más: —Sí, es mía, es mía pero no me peguen más."Aunque les dije lo que querían que dijera, siguieron castigándome. 'Es mía, es mía, no me peguen más', les gritaba."Me dejaron por fin y luego de vestirme caí en un cuarto con unos peruanos y dos mexicanos: '¿Vos también venís cargado?', me preguntó un peruano y le expliqué que no, que era inocente y entonces me contaron que esa droga era de ellos. Los habían agarrado esa mañana y un mexicano que se llevaron aparte, confesó y a cambio lo dejaron libre."Esa noche fui trasladado a otro calabozo y cuando íbamos, escuché que un federal les decía a los demás: 'Está limpio el cabrón, pero de todas maneras antes de que se vaya nos vamos a pegar una pinche divertidita con él'.
"Ya en la celda me desnudaron una vez más, y alguien me metió el cañón de una pistola entre la boca, manteniéndola bien abierta. Halaron la lengua con algo y después sentí una punzada violenta y caí al suelo. Quise meterla y no pude. Era que me habían atravesado la punta de la lengua con un alfiler, con un palillo, quién sabe con qué y todavía lo tenía ahí. No podía quitármelo porque estaba amarrado... Mucho tiempo después entró alguien y me lo quitó”. Miguel León Portilla. Fragmento de su libro "Los Antiguos a través de sus Crónicas v Cantares". (Se refiere a los toltecas)."Las ofrendas rituales consistían en ramas de abeto y en bolas de barba de pino, en las que debían colocarse las espinas de maguey con que se punzaba al penitente...".Gary Jennings, anota en "Azteca":"Mi tata tuvo que infligirme el castigo previsto por 'hablar escupiendo flemas’ que era así como le llamábamos a una mentira. El se sintió mal cuando lo hizo. Atravesó mi labio inferior una espina de maguey, dejándola ahí hasta que me llegó el tiempo de ir a dormir. ¡Ayya oui ya, el dolor, la mortificación, el dolor, las lágrimas de mi arrepentimiento, el dolor"."...para mi penitencia y castigo, amigo Topo —gruñó Chimali— violas la menorregla y un sacerdote te obliga a pincharte repetidas veces. En los lóbulos de las orejas, en los pulgares y brazos, incluso en las partes privadas. Estoy punzado en todas partes."También sufren hasta los que se comportan muy bien —agregó Tlatli—. Un día sí y otro no, parece que hay alguna fiesta para algún Dios, incluyendo a muchos de los que jamás he oído hablar, y cada muchacho tiene que verter su sangre para la ofrenda”. Libre de cargos, De los Ríos fue recluido en la Estación para indocumentados de Ixtapalapa y tres meses más tarde se le deportó cuando su familia consiguió un pasaje a crédito. Todas las personas con quienes hablé esa semana se dieron a la tarea de buscar algún rastro de Rubén Darío sin mayor éxito y cuando nos reuníamos, generalmente por las noches en el Café Ganadero, hablaban de México. Era una sucesión de historias interminables, similares, que al final resultaban saturantes.Una de ellas corresponde a la experiencia vivida por Gabriel Mejía, de Medellín, 23 años."Caí en Piedras Negras, muy cerca de la frontera y me llevaron a la Federal. Allí me quitaron todo, el dinero, una cadena, la ropa que era poca y luego me golpearon durante unos tres días. Al segundo me sacaron a lo que ellos llaman’ terreno' o sea el campo para matarlo a uno. Sucede que me pasearon bastante rato —yo no veía nada porque tenía los ojos vendados— y en ese paseo caí y luego rodé por algún barranco, pelándome la cara y un hombro. Quedé muy raspado. Cuando regresamos a los calabozos de la Federal continuaba con los ojos vendados y, claros, me volvieron a desvestir y me amarraron contra una tabla con las manos atrás y encima de los hombros. Una vez en esa posición, sentí que alguien se acercaba y empezaba a quitarme el cuerito de la cara. A arrancarme el pellejo que se debía haber levantado por el porrazo en ese barranco. Empecé a dar gritos de dolor y entonces me pelaban más..."León Portilla:"Relación breve de las fiestas de los Dioses... Desollamiento de hombres. Cuando morían cautivos de guerra, esclavos, los desollaban y al día siguiente a todos los que, en la piedra redonda del sacrificio, morían, los paraban: allí los rayaban, los despellejaban y la piel que les habían desollado, algunos hombres sela embutían en el cuerpo”. Jane Lewis Brandt, en su libro "Malinche":"...en un lugar llamado Chalco, del que nos apoderamos después de encarnizada lucha, nos afligimos al encontrar en el templo principal, la piel arrancada de varias caras de españoles, con la barba todavía en ellas y curtidas como el cuero de los guantes".
*******
Antes de finalizar la semana apareció "El Cónsul" con buenas noticias: Rubén Darío había arreglado su viaje a través de una agencia de turismo, allí mismo en Medellín y aun cuando lo más seguro era que no dieran información, en ese momento parecía la única pista para acercarse a él. "Cuando vaya, hábleles de frente a ver qué pasa", dijo luego de indicarme la dirección. La agencia era una pequeña ratonera en la Avenida Oriental con dos escritorios, una grabadora niquelada con parlantes incorporados y correa para cargarla a pesar de su gran tamaño; un sombrero de charro con adornos de plata y al lado, en la mitad de la pared, el mapa de México sobre el cual habían señalado con lápiz rojo, los puntos por donde se realiza el tráfico: Ciudad de México, Monterrey, Reynosa, Nuevo Laredo y más al norte McAllen, Laredo, San Antonio, Houston, Dallas y Nueva York. —Don Hugo, el dueño, no está, pero este es don Germán. El también atiéndelas cosas de la agencia. Hable con él, dijo la secretaria haciéndome un guiño. Coincidencialmente la había conocido dos días antes en la oficina de "El Cónsul”, y como no lo encontró, se quedó algunos minutos y me contó que proyectaba vivir en Pereira porque él le había propuesto que se fuera a manejarle algunos negocios. "Turismo, usted comprende..."Don Germán tenía unos treinta y cinco, piel morena, camisa de flores desabotonada hasta la mitad y sobre el pecho lampiño una cadena de oro bien gruesa, de la que pendían un par de medallas. Reloj de oro con incrustaciones de diamante y un anillo similar, complementaban la pinta. — ¿Rubén Darío?... ¿Ciudad de México?... ¿Ochocientos dólares? La cara de don Germán adquirió el tono de sus mocasines de charol blanco. No entendía nada de lo que le estaba preguntando, porque su especialidad era el turismo por Colombia, San Agustín, los Llanos que son tan bellos, Cartagena... Encima de su cabeza estaba el mapa señalado con lápiz rojo._____________
® Germán Castro Caycedo, 1989
© Planeta Colombiana Editorial S.A., 1989